Goya, Tuesday 19 de February de 2019

Un triunfo sangriento, donde 5.000 sublevados bien armados se enfrentan a una fuerza legal muy inferior, que bordea los 2.500 hombres. El resultado no es para sorprenderse.

El triunfo de Ifrán, el 19 de febrero de 1878, deja la provincia prácticamente expedita a las fuerzas liberales sublevadas contra el gobierno de Manuel Derqui, continuando lo que Hernán Félix Gómez no ha dudado en calificar de “guerra civil”.

Un triunfo sangriento, donde 5.000 sublevados bien armados se enfrentan a una fuerza legal muy inferior, que bordea los 2.500 hombres. El resultado no es para sorprenderse, sí el número de bajas de los vencidos – Mantilla mismo afirma que los federales tuvieron más de 300 muertos y heridos, “incluso diez jefes y treinta y tantos oficiales muertos” -, en tanto los triunfadores sólo contabilizan 10 muertos y 40 heridos.

La tradición sostiene que aquella mortandad fue producto, no tanto del choque en batalla como de la persecución despiadada e inmisericorde que la sigue, en dirección a Goya. Así, mientras el encuentro armado dura diez minutos, Mantilla, sin entrar en detalles enojosos, puntualiza que “…La persecución duró toda la tarde, encomendada al regimiento Basualdo….”.

Luego de la victoria, frente a los alzados, que incorporando los prisioneros a sus filas y con nuevas reclutas, las han remontado a unos 10.000 hombres el gobierno prácticamente carece de fuerzas que oponer, salvo algunas fracciones en Goya y Corrientes, y escasos efectivos en Candelaria.

Así, en la tarde del mismo día 19 de febrero, los revolucionarios maniobran sobre Goya, con la idea de no dejar oponentes a su retaguardia. La ciudad está defendida sólo por menos de 200 milicianos de caballería e infantería, por mitades, que cuentan con el apoyo pasivo de los efectivos nacionales a las órdenes de Obligado, acantonados en El Rey, hoy Reconquista.

Mientras el gobierno liberal paralelo con su escuadrón escolta y el batallón Goya ejecutando una marcha nocturna avanzan sobre la ciudad, los defensores zanjean las calles, alzan barricadas y organizan los tradicionales “cantones” (Los cantones eran puestos militares instalados en casas ubicadas estratégicamente en las esquinas). No obstante, los preparativos, la defensa de la ciudad no pasó de ser simbólica, y las fuerzas rebeldes la ocuparon prácticamente sin disparar un tiro. Hernán Gómez es asaz escueto en su narración de aquel suceso, destacando simplemente que tras la ocupación, los alzados designan un gobierno provisorio encabezado por Juan Esteban Martínez “como vicegobernador en ejercicio”.

Mantilla, por el contrario, se regodea con la descripción del infortunio de sus contrarios, afirmando que huyeron “…todos cobardemente hacia el puerto, unos para embarcarse en dos vapores chicos preparados al efecto, otros para asilarse en la casa del coronel Obligado”. Abunda, destacando que tiroteados por el escuadrón escolta durante el embarque, los fugitivos abandonan o tiran al agua sus armas y atalajes, como que “…Nunca hombre alguno fue tan dominado del pánico como en aquella ocasión…aún cuentan muchas familias de Goya, la desesperación con que corrían a pie, por media calle, mirando a cada instante a atrás, con semblantes desencajados y dando gritos destemplados de ¡ya entran, ya nos alcanzan!”.

Mantilla no hesita en aseverar que los derrotados “…huían de la ciudad, cubiertos de ridículo…” mientras los sediciosos “…entraban en ella aclamados con júbilo indescriptible…” porque “…sus hijos se han distinguido siempre por sus ideas adelantadas; su juventud, ardiente y valerosa, ha tenido constantemente representantes conspicuos en los Gobiernos cultos y progresistas de Corrientes…Un pueblo así, era natural que recibiera a los vencedores con transportes de alegría, porque el homenaje era a sí mismo, a su causa…”.

Abunda en detalles sobre el modo como “…La Jefatura política estaba abierta y cubierto el suelo de documentos oficiales, cartas, bolsas vacías, lana, tercios de yerba, tarros de tabaco negro, armas, pólvora, municiones de Remington, artículos arrebatados, en su mayor parte, horas antes a sus dueños…”.

Siempre con la misma parcialidad, afirma después que “Goya revivió”, porque se hallaba convertida en “…un sepulcro de vivos…”, con el comercio inerte, “…las casas cerradas, los habitantes escondidos, las calles desiertas…” porque “…el temor al robo y al asesinato…” imperaban. Pero, “…A la sombra de la bandera victoriosa en Ifrán” todo cambió, siendo “…los vencidos los primeros en aprovechar de los resultados del triunfo”.

Mantilla da nombres: “…Muniagurria, W. Fernández, Mauricio Méndez y los prisioneros puestos en libertad, Refojo, López…”, “…hombres odiados” que pasan a vivir tranquilos y pasean por las calles…los derrotados de Ifrán, se sometían…”.

Refiriéndose al responsable zonal de las fuerzas nacionales, el historiador saladeño afirma que “…El coronel Obligado asistía rabioso al espectáculo…”.

Pero se cuidaba de no precipitar un conflicto mayor, aunque “…manejaba el telégrafo, todo el día, para informar a Derqui…” y todo ello con “…causa propia…” porque “…el triunfo del pueblo significaba para él la disipación de sus sueños de procónsul y su alejamiento de la política local”.

En definitiva, las fuerzas de la sublevación permanecen sólo transitoriamente en Goya, toda vez que su objetivo final era apoderarse de la capital, para lo cual les resultaba imperativo marchar de inmediato, antes de que se produjera la intervención del gobierno nacional.

Sin embargo, pese a que en los días siguientes los rebeldes lograron derrotar a las fuerzas gubernamentales que defendían Paso de los Libres y Candelaria, y avanzaron sobre Corrientes ya el día 21 de febrero, no lograron maniobrar con suficiente celeridad y Avellaneda, el presidente, designó a su Ministro de Hacienda, Victorino de la Plaza, como interventor, quien dos días más tarde, el 23 de febrero, arribaba al puerto de Goya tomando las primeras medidas del caso, que derivaron la suspensión de las hostilidades el día 25, cuando el comando revolucionario recibe en Santa Lucía la intimación del Interventor, y luego en una entrega parcial de las armas por los alzados, que no obstante ocultaron lo mejor de su parque. Del mismo modo, obviaron la presentación de los cabecillas.

Quedaban así los facciosos dominando en 18 departamentos, con armas de sobra, con todos sus jefes libres y con no pocos apoyos en el Gabinete presidencial. En tanto, el gobierno se hallaba poco menos que a la Capital, mal armado y con fuerzas carentes de voluntad. Era simplemente cuestión de tiempo y circunstancias que la situación detonase de modo definitivo, porque, reemplazado de la Plaza por el coronel José Inocencio Arias, éste haría alianza con los sublevados posibilitando su triunfo final.