Nacional, Sunday 19 de January de 2020

Por Ricardo Arriazu

Las propuestas para revertir la caída de la actividad económica incentivando el consumo encuentran sus límites.

La recesión que afecta a la economía de nuestro país se mantiene sin mayores cambios, alcanzando diecinueve meses consecutivos de bajas interanuales del PBI. La combinación de un conjunto de factores negativos (sequía, reversión del flujo de capitales de extranjeros por la imposición de un impuesto a la renta financiera, compras de dólares por parte de argentinos, la paralización del mercado de crédito y el ajuste fiscal) redujo la demanda interna en casi 65 mil millones de dólares (equivalente a más del 12% del PBI), lo que se reflejó en bajas de las ventas tanto de los productos exportables e importables, como de los que no se transan internacionalmente.

La menor demanda de los productos que se transan internacionalmente mejoró sensiblemente tanto la balanza comercial como la cuenta corriente de la balanza de pagos. La balanza comercial pasó de un saldo negativo de 8.293 millones de dólares en 2017 a un superávit anualizado superior a 20 mil millones de dólares en el segundo semestre de 2019.

En el caso de los bienes que no se transan internacionalmente, la baja de la demanda se reflejó en una importante reducción de la producción que llevó a una caída acumulada del estimador mensual de actividad económica del 8% en el periodo noviembre 2017 (inicio de la sequía) a septiembre 2019.

Ante este cuadro aparecieron las propuestas para revertir esta situación incentivando el consumo y “poniendo dinero en el bolsillo de la gente”. Si la solución fuese tan sencilla desaparecerían los problemas económicos y los ciclos económicos en el mundo, no habría problemas de inflación ni de desequilibrios externos; la oferta reaccionaría automáticamente al crecimiento de la demanda y todos estaríamos felices.

La realidad es un poco más complicada. Para producir hay que tener capacidad productiva lo que requiere que la inversión crezca como mínimo al mismo ritmo que el consumo; un exceso de gastos en relación a la capacidad productiva afectará negativamente el saldo de la balanza comercial. Un exceso de emisión de base monetaria por encima de la demanda del público elevará la inflación e incrementará las salidas de capitales; si se intenta restringir estas salidas con controles, la presión se trasladará a los mercados marginales de cambio. Los problemas de financiamiento del gobierno también afectarían el riesgo país.

Entre 2004 y 2015 Argentina elevó la participación del consumo en el PBI en más de diez puntos (del 75% al 85%), y el volumen del comercio exterior se deterioró en 12 puntos del producto; este deterioro no afectó inicialmente las cuentas externas por la suba de los precios de las materias primas, pero emergió con fuerza cuando estos precios se redujeron.

Ésta no es una tendencia nueva; la tasa de ahorro en la primera década del Siglo XX era del 47% y se redujo gradualmente desde entonces. Lo mismo sucedió con la tasa de inversión. En un ranking mundial de tasas de inversión, nuestro país ocupa el lugar 159 sobre 195 países.

En este conjunto de países existe una clara correlación entre la tasa de inversión y de crecimiento, aunque con algunas distorsiones porque en muchos países la productividad de la inversión es bastante mala.

Sin embargo, las actuales condiciones argentinas permiten prever que habrá un crecimiento del consumo (casi con independencia de las medidas que tome el gobierno) y que esta tendencia se reflejará en mejoras en los niveles de actividad.

La mejora en la demanda por la reversión de la sequía ya se observó en 2019 (el PBI agropecuario creció 28%) lo que implica que la caída en el resto de los sectores (primordialmente los sectores manufacturero y comercial, y el de la construcción) fue bastante superior a la del PBI.

Este año, la mejora en la demanda debería originarse en las menores salidas de capitales (porque los extranjeros ya se llevaron sus inversiones, porque los argentinos no tienen pesos para comprar dólares, y por el cepo), y esta variación en los movimientos de capitales ha sido históricamente uno de los principales factores explicativos de las variaciones en la demanda y en la producción.

Los datos recientes del mercado de cambios muestran claramente esta tendencia; la compra neta de divisas en octubre fue equivalente a casi 3 mil millones de dólares, mientras en octubre el mercado mostró un saldo positivo cercano a los 300 millones.

Cuando un argentino compra un dólar puede hacerlo reduciendo sus tenencias de activos financieros en el país o reduciendo su gasto; esta acción tiene su contrapartida en presiones en el mercado de cambios (pérdidas de reservas o devaluación del peso, a pesar de la posterior mejora en la balanza comercial), en menor disponibilidad de crédito (con subas de la tasa de interés) y en bajas en la producción al caer la demanda. Para revertir esta situación basta con que no compre ese dólar; si lo repatría el impacto se potenciaría.

Las políticas implementadas no favorecen la inversión ni la mejora en las exportaciones, pero considerando la capacidad productiva ociosa (el uso de la capacidad se ubica en el 60% -lo normal es 80%-), el alto desempleo y el elevado superávit comercial, el incremento de la demanda (y de la producción) no causaría problemas, al menos hasta que se absorban esos factores favorables.

Sin dejar de entender las urgencias de corto plazo, lo que Argentina necesita son políticas adecuadas de largo plazo que incentiven el ahorro, la inversión, el empleo y las exportaciones, que eliminen la inflación y que reduzcan la dependencia del financiamiento externo por parte del sector público.