Nacional, Sunday 23 de February de 2020

Politólogo y Escritor. Fue diputado nacional, secretario de Cultura e interventor del Comfer.

Alguna vez me consideré su amigo. Era en vida de Néstor, pero siempre supe que cuando el amigo se vuelve poder, las relaciones se tornan complejas. Lo había vivido y sufrido con él, para mí nefasto, Menem. Con Cristina, compartimos la lucha contra el riojano. Luego, la amistad quedó más unida a Néstor, en tanto ella se acercaba al “progresismo”, espacio que nunca supo convocarme. En 2015, me equivoqué al pensar que su ciclo había terminado, pero mucho peor fue el error de no comprender de entrada que la mediocridad de Macri, Peña y Durán Barba eran pasibles de obligarnos a retornar a instancias del pasado. Fue el asesor ecuatoriano el inventor del odio que da votos, esa imbecilidad por la que aunque le quiten al ciudadano un quinto de su capacidad de consumo va a seguir votándolos por miedo a lo peor. Terminaron ocupando ellos el lugar de lo peor y dejando a Cristina con un liderazgo fuertemente consolidado. La herencia de Macri es la deuda, el odio, la división de la sociedad, el miedo al otro, ese conjunto de atrocidades que intentaron ocultar detrás de un curso de ética de Barrio Norte, esa triste mezcla de codicia y mediocridad. Lo peor del PRO y sus socios es la debilidad en que dejan a la oposición y la miseria a la que sometieron al país. Cristina elige a Alberto, y eso basta para que el doble comando, el gobierno bifronte y la denuncia se conviertan en tema único de la oposición, como si ese posible conflicto tuviera mayor incidencia social que las tasas de interés que someten a usura a cualquiera que intente financiarse con la tarjeta de crédito. Doscientos por ciento, ese es el espejo que mejor refleja la imagen de Macri y sus amigos que convirtieron al banco en un opresor y al ciudadano en un prisionero. Adoradores del becerro de oro, el banco es su catedral, el gerente, su sacerdote, los intereses, su parasitaria forma de vida.

Hubo un voto miedo porque si por aciertos fuera, no habrían llegado al diez por ciento, número real de sus beneficiarios. Algunos votamos a Macri por conflicto con Cristina, y frente a ese fracaso a toda orquesta quedamos en la disyuntiva de volver con ella y con Alberto. Si no, le estás dando pasto al doble comando. No había opción; lo otro era la guerra civil o algo semejante al estallido que atraviesan los hermanos chilenos.
Y ahora, transitamos una etapa donde la provocación del kirchnerismo solo subyace sin poder imponer su relato, y el Gobierno ocupa cada vez más el espacio de un centro respetable. Cristina tiene en este presente mucho que aportar, ella puede elegir la reivindicación de la agresividad de sus seguidores o la ampliación de su espacio logrando que su triunfo con Alberto se consolide como concepción del poder.
Macri fracasa esencialmente por defender a los grandes grupos económicos y las privatizadas en contra del ciudadano al que termina empobreciendo como nunca antes se había dado. Cristina puede y debe apoyar a Alberto en su gobierno y convertirse en factor de unión más allá del kirchnerismo, del peronismo mismo, en prenda de unidad de la política. Alberto va disolviendo el miedo a Venezuela, régimen con el que no tiene -ni tenemos como sociedad- nada que ver. Cristina es hasta ahora la única razón que esgrime la oposición para reivindicar sus temores, esos que actúan como suplentes de su autocritica. ¿Por qué no apostar a ella como a una pacificadora que complete su triunfo electoral consolidándose como artífice de la unidad? Creo que debemos dejar de lado rencores personales para apostar con grandeza a una nueva sociedad. Cristina demostró que podía superar a su propio grupo; ahora, nosotros, los que no somos ni sus seguidores ni sus enemigos, estamos obligados a convocar a la unidad nacional. Y en esa propuesta, Cristina es la figura clave. Debemos intentar que juegue su lugar en la historia, que trascienda el resentimiento de buena parte de sus seguidores y de la mayoría de sus enemigos, que se comprometa a reformular un rumbo para el país. Del otro lado, están los que intentan volver a golpear a las puertas del infierno. El peronismo no es, como dicen algunos opositores, a la vez gobierno y oposición: solo ocupa ambos espacios cuando uno de los actores renuncia a asumir su responsabilidad. El problema del presente no es el pretendido doble comando del Gobierno sino la falta de conducción, de autocrítica y de propuesta de la oposición que no se hace responsable de tales carencias. El Gobierno es infinitamente más coherente que lo que algunos podían suponer; con sus limitaciones va resolviendo errores garrafales de su antecesor. Hasta ahora lo que pone escollos a su accionar no reside en el doble comando ni en su condición de bifronte -como también gustan calificarlo sus detractores- sino en ciertos rasgos histéricos de una oposición que no logra encontrar su lugar en el mundo.