Nacional, Wednesday 16 de June de 2021

El proceso inflacionario se presenta como una compleja expresión de la lucha de clases, donde la burguesía y la dirigencia política buscan imponerse sobre la resistencia de la clase trabajadora.

Según las estadísticas, la inflación parece ser un problema que la enorme mayoría de países del mundo ha resuelto hace ya varias décadas. En tanto que en los años 70´hablar de niveles inflacionarios del 20% anual era algo común, hoy por hoy estos valores parecen ser una anomalía digna de preocupación. No obstante, esto que a nivel mundial es una rareza, en Argentina se presenta como normalidad.

Entre los economistas locales hay un claro acuerdo sobre la existencia de un proceso inflacionario de larga data, más no existe consenso alrededor de sus causas. Desde el liberalismo se predica que la inflación es “siempre y en todo lugar un fenómeno monetario”. En esta lógica, el problema inicia cuando los gobernantes, en su afán de gastar más de lo que recaudan, eligen financiar aquel gasto emitiendo moneda. De este modo, una vez que la oferta de dinero supera a su respectiva demanda, aparece la inflación.

Si bien el argumento liberal despierta muchas críticas, la más intuitiva se deriva de la nula importancia que este enfoque le da a las presiones ejercidas por los distintos actores sociales. Dado el peso que realmente tienen estas presiones a la hora de diseñar e implementar las políticas concretas, pensar al gasto público -y por consecuencia, a la emisión monetaria- de manera voluntarista implica por definición un grave error. A su vez, aceptando que la monetización del déficit genera inflación, ¿podemos sostener que toda alza en los precios es atribuible a este motivo? Claramente no, ya que muchas veces la misma emisión se limita a convalidar aumentos que ya se han producido, cuyas causas pueden provenir de una devaluación, del resultado de una paritaria o del incremento brusco de algún insumo en especial, entre otras cuestiones. En estos términos, encontramos una explicación que detrás de su extremada simpleza, esconde un peligroso voluntarismo que poco aporta a entender el asunto en cuestión.

Del otro lado de la grieta se ubica la visión del actual oficialismo, donde la inflación se debe principalmente a la decisión, también voluntarista, de los “formadores de precios”. Desde esta óptica, unos pocos empresarios manejan a su antojo los precios de la economía, lo cual les permite acrecentar sostenidamente su rentabilidad. Asimismo, dicho razonamiento suele complementarse con la referencia al crecimiento de los precios internacionales de los alimentos. En ambos casos el oficialismo señala como causas de la inflación a factores que se replican en todas partes del planeta, pero que, curiosamente, solo afectan a la Argentina y a un puñado más de países. A contramano del relato, la realidad muestra que, dada la transnacionalización del capital, el empresariado radicado en Argentina es muy similar al del resto de la región, en tanto que las marcas que vemos en nuestros supermercados no son muy distintas a las que se consiguen en las góndolas chilenas, brasileñas o uruguayas, por ende, pensar el problema desde este punto de vista no parece muy acertado. Algo similar ocurre con la cuestión de los precios internacionales de los alimentos, ya que los mismos no impactan únicamente en la realidad doméstica, sino que tienen un efecto global.

Más allá de los puntos flojos ya planteados, se advierte que tanto la visión liberal como la del actual gobierno niegan toda la complejidad propia del proceso inflacionario, por lo que para entender al mismo se hace necesario partir de un análisis mucho más general del devenir económico nacional y de la acción política de sus principales actores.

En el año 1986 Adolfo Gilly en su artículo “La anomalía argentina” resaltaba un elemento particular del capitalismo local en comparación con resto de Latinoamérica. El autor destacaba la enorme capacidad que exhibía la clase trabajadora para vehiculizar sus propias demandas y resistir los frecuentes intentos de ajuste. Esta capacidad particular encontró su origen en la tradición de lucha que le imprimieron al movimiento obrero los anarquistas y los socialistas de principio del siglo XX; al tiempo que se vio consolidada con la legitimación e institucionalidad que le dio el primer peronismo. En función de esto, la clase trabajadora argentina se conformó como un actor central en la vida política del país, haciéndose de ese lugar a fuerza de huelgas, piquetes y movilizaciones masivas.

Teniendo en cuenta lo anterior, se puede observar como ante el actual estancamiento de la productividad, el empresariado tiende a utilizar la remarcación de precios como herramienta para proteger sus ganancias. No obstante, esta remarcación choca con la nombrada capacidad de resistencia de la clase trabajadora ocupada, la cual presiona constantemente en búsqueda de aumentos salariales que preserven su poder de compra, dando así lugar a la puja distributiva. Por otro lado, la fracción desocupada de esta clase trabajadora, ante la imposibilidad de obtener ingresos en el mercado laboral, exige crecientes recursos al Estado para su propia reproducción, lo que eleva tendencialmente el gasto público. A su vez, los reclamos por jubilaciones dignas, salud y educación gratuita, y tarifas de servicios públicos subsidiadas también aportan al déficit fiscal, el cual decanta, tarde o temprano, en una mayor emisión monetaria y en un ritmo inflacionario ascendente. A la par de todo esto, cabe mencionar que el aumento en los precios genera atraso cambiario, el cual suele provocar incrementos en el tipo de cambio que alimentan al círculo vicioso de la inflación en rangos cada vez más elevados.

Visto de conjunto, el proceso inflacionario se presenta como una compleja expresión de la lucha de clases, donde se manifiesta la dificultad de la burguesía y de la dirigencia política local para imponerse sobre la resistencia de una clase trabajadora que, aunque golpeada, continúa defendiendo sus intereses materiales.

En este marco, el capitalismo argentino transita su larga decadencia. Por desgracia, la historia reciente nos muestra que la manera que tiene este capitalismo de resolver sus problemas trae consigo duras políticas regresivas, que por medio de devaluación, recorte de gasto público y reducción del salario real destruyen las condiciones de vida de la población. Ante el panorama descripto, gobierne quien gobierne, la única certeza para los años venideros es la continuidad del ajuste. Sin embargo, queda como gran interrogante cuál será la forma concreta que irá asumiendo este ajuste, y a qué velocidad se dará su implementación.

(*) Autor de Duhaldismo, Kirchnerismo y Macrismo. "El capitalismo argentino y su recurrencia histórica"