Misiones, Sunday 4 de September de 2022
¿Cómo es posible generar, mantener e incrementar nuestro dinero y patrimonio en un contexto adverso? Te contamos todo lo que debes saber en esta nota.
Desde hace algunos años, la educación financiera se convirtió en un concepto cada vez más presente en los debates sociales, académicos, empresariales, políticos y estratégicos, sobre todo en países ya desarrollados, pero también en algunos en vías de serlo. En Europa, por ejemplo, la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico) presentó un marco conjunto para que personas adultas adquieran competencias financieras. En Argentina, lentamente y al compás de los frenéticos vaivenes de la economía, también comienzan a percibirse algunas iniciativas.
La educación es central en la planificación de todas aquellas personas que deseen establecer los cimientos de un patrimonio que madure con el tiempo, con finanzas sanas y la posibilidad cierta de alcanzar la independencia en la toma de decisiones.
No obstante, no es algo que solamente afecte a los individuos sino también a colectivos como corporaciones, PyMes, asociaciones civiles, organismos públicos e instituciones educativas. A estas últimas debería corresponderles especialmente, dado que la mejor etapa para que una persona se inicie en educación financiera es la primera infancia. Por supuesto, a través de sus adultos responsables y un adecuado programa pedagógico que desarrolle los conceptos apropiados para cada edad psicoevolutiva.
Como cualquier otra fuente de aprendizaje, la educación financiera contiene herramientas que se constituyen en su punto de partida: los protagonistas principales son la elaboración de un presupuesto, el conocimiento de los ingresos y egresos de dinero, y la conciencia sobre el ahorro. Parecen factores muy elementales. Claro, porque lo son, absolutamente.
Podríamos pensar que, en nuestro país, este desarrollo de la educación financiera está ocurriendo “a pesar” de esa habitual inestabilidad de la que hablábamos al principio. Primer prejuicio. Porque, en realidad, sucede “debido” a esos ciclos de crisis que se superan y luego vuelven a aparecer como si fueran las cintas de equipajes de los aeropuertos. Y responde a una imperiosa necesidad, porque sin planificación financiera resulta aún más dificultoso capear esas tormentas.
Entonces, aparece la pregunta: ¿se puede planificar financieramente en momentos de crisis? No sólo se puede, sino que corresponde.
¿Cómo es posible generar, mantener e incrementar nuestro dinero y patrimonio en un contexto adverso?
Lo primero que podemos considerar es derribar algunos mitos. El orden financiero tiene mucho que ver con la economía, pero no depende exclusivamente de esta. No es imprescindible ser una persona acaudalada para desarrollarse financieramente. Las herramientas financieras no están tan lejos del alcance de las personas ni son un nicho exclusivo para especialistas, como se suele creer. Y las inversiones (que adquieren un rol protagónico e ineludible en la materia) no sólo están hechas para individuos idóneos en economía o avezados Lobos de Wall Street. Ingresar con responsabilidad a ese nuevo mundo, que no es cine pero tampoco un ámbito prohibitivo, sólo depende de nuestro empeño.
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¿Cómo proteger e implementar el patrimonio en momentos de incertidumbre? ¿Se puede planificar financieramente en momentos de crisis?