En Estados Unidos, varios hijos de influencers iniciaron acciones legales contra sus padres al alcanzar la mayoría de edad.
En junio de 2022, un caso sacudió los cimientos de la privacidad digital familiar en los tribunales españoles: una madre presentó una demanda contra su exsuegro por publicar sistemáticamente fotos de su hijo en redes sociales sin su consentimiento. Este litigio pone sobre la mesa una realidad innegable: la colisión entre el derecho a compartir momentos familiares y la protección de la privacidad infantil en la era digital.
Hay una máxima en el derecho digital que resume perfectamente la gravedad de esta situación: "Sos lo que Google dice que sos". Esta frase, aparentemente simple, encierra una verdad inquietante: la identidad digital se ha convertido en nuestra carta de presentación ante el mundo.
Para los menores expuestos en redes sociales desde su nacimiento, esta realidad es especialmente cruel: su identidad digital está siendo construida sin su consentimiento, creando una huella imborrable que los perseguirá durante toda su vida.
El "sharenting" -término que combina "share" (compartir) y "parenting" (crianza)- se ha convertido en el nuevo campo de batalla legal del siglo XXI. Lo que comenzó como una práctica aparentemente inocente de padres orgullosos compartiendo momentos familiares, se ha transformado en un fenómeno que amenaza el derecho fundamental a la privacidad de toda una generación.
Esta práctica, que parecía inofensiva en sus inicios, está generando consecuencias legales sin precedentes y obligando a los tribunales de todo el mundo a repensar los límites entre el derecho parental a documentar la vida familiar y el derecho de los menores a su privacidad digital.
Los casos se multiplican globalmente. En Estados Unidos, varios hijos de influencers han iniciado acciones legales contra sus padres al alcanzar la mayoría de edad, argumentando la explotación comercial de su imagen durante su infancia.
¿Qué sucede cuando tu primera búsqueda en Google te revela una infancia completamente expuesta, monetizada y compartida sin tu consentimiento? La justicia estadounidense está sentando precedentes al fallar a favor de estos jóvenes, reconociendo el derecho fundamental a la privacidad digital desde la niñez.
Sharenting: ¿qué pasa en Argentina?
Mientras el mundo avanza en la protección digital de los menores, nuestro país se encuentra en una peligrosa encrucijada legal que deja expuestos a nuestros niños.
El problema radica en un marco legal que no ha evolucionado al ritmo de la revolución digital. Por un lado, el artículo 53 de nuestro Código Civil y Comercial establece claramente que para reproducir la imagen de una persona se necesita su consentimiento expreso, con contadas excepciones como actos públicos o interés científico.
Sin embargo, este artículo no contempla la complejidad del mundo digital actual: ¿pueden los padres, en ejercicio de la responsabilidad parental, otorgar ese consentimiento de manera indefinida en nombre de sus hijos?
Por otro lado, nuestra Ley de Protección de Datos Personales (25.326), sancionada en 2000, en los albores de la revolución digital y antes del surgimiento de las redes sociales modernas, ha quedado dramáticamente desactualizada. No contempla realidades como el sharenting, el derecho al olvido digital o la protección específica que requieren los menores en el entorno virtual. Esta desactualización normativa nos deja en una peligrosa zona gris, donde la privacidad digital de nuestros niños queda a merced de decisiones parentales que pueden tener consecuencias permanentes en su futuro.
Es urgente establecer un marco regulatorio específico que nos ponga a la altura de las legislaciones más avanzadas en la materia. Necesitamos una Ley de Protección de datos personales acorde a los tiempos y que establezca límites claros sobre qué pueden compartir los padres, que garantice el derecho al olvido digital y que imponga sanciones a quienes comercialicen indebidamente la imagen de menores. También es fundamental crear programas de alfabetización digital para padres en todas las escuelas del país.
Como sociedad, no podemos seguir ignorando esta forma de violencia digital. Si te encontrás leyendo esta columna, probablemente tengas en tu celular decenas de fotos de tus hijos o nietos listas para compartir. Pero la verdadera pregunta que deberías hacerte no es si esa foto es tierna o divertida, sino qué historia estás escribiendo sin su consentimiento. Cada publicación, cada foto compartida, cada momento expuesto se convierte en un capítulo de una biografía digital que no eligieron contar.
En un mundo donde "Sos lo que Google dice que sos", estamos tomando decisiones irreversibles sobre la identidad digital de la próxima generación. No se trata solo de fotos inocentes: estamos definiendo su derecho a la privacidad, su capacidad de reinventarse y su libertad para decidir qué parte de su historia quieren compartir con el mundo. La huella digital que dejamos hoy es el legado que heredarán mañana, y puede convertirse tanto en un ancla que los ate a un pasado que no eligieron, como en una plataforma desde la cual puedan construir su propia identidad digital.
Es hora de reconocer que la responsabilidad digital parental va más allá de proteger a nuestros hijos de los peligros de internet: también implica protegerlos de nuestro propio impulso de documentar y compartir cada momento de sus vidas. El futuro digital de nuestros niños está en nuestras manos, y las decisiones que tomemos hoy determinarán la libertad con la que podrán navegar el mundo digital mañana. La pregunta ya no es si debemos compartir, sino qué derecho tenemos a hacerlo. El verdadero acto de amor parental en la era digital podría ser, simplemente, aprender a guardar silencio.
SL Fuente: Clarin