Internacional, Monday 14 de April de 2025

Consagrado como uno de los más grandes escritores surgidos en América Latina, tuvo una vida plena, intensa y virtuosa.

Falleció a los 89 años en Perú, su país, rodeado de familiares. Deja obras imprescindibles.

 

Intensidad. Virtuosismo. Una vida plena. Polémico (porqué no, entre tanto tiempo, tanta universalidad y tanta cultura). Mario Vargas Llosa, quien murió este domingo a los 89 años, fue uno de los más excepcionales escritores surgidos en América Latina. Pero si era uno de los referentes del ya legendario “boom” de los 60 (García Márquez, Cortázar, Fuentes y siguen las firmas) se proyecto aún más lejos, debido a su vigencia.

Entre su obra, su versatilidad y sus incursiones políticas, cubrió varias décadas en la primera línea pública, y aún pasados sus 80 años todavía mantenía, junto a su producción cultural, una presencia mediática: sorprendió al quebrar un matrimonio que parecía indestructible y vincularse a una de las damas de las “socialités” de España, Isabel Preysler… para retornar posteriormente y disfrutar sus últimos tiempos junto a su esposa Patricia y sus hijos… Pero se trata de cuestiones “mundanas” de las cuales se haría un festín la prensa del corazón y sobre las cuales Vargas Llosa, siempre orgulloso de su grandeza como escritor (y hasta como vocero político), trató de eludir.

Lo cierto es que se trata de una vida incomparable en esa producción: notable novelista y ensayista, productor y columnista en el campo periodístico, político (fue candidato a la presidencia de su país y, en las últimas décadas, un referente del liberalismo internacional). Premiado con el Nobel de Literatura en 2010 y con las mayores distinciones a las que podía ambicionar: desde el Rómulo Gallegos en sus primeros tiempos hasta el Cervantes, el Príncipe de Asturias y muchas más.

Compañero de andanzas intelectuales de Gabriel García Márquez -el otro notable de la región, también distinguido con el Nobel-, se movieron por el campo del socialismo, hasta que el peruano, disgustado con el rumbo de la Revolución cubana, giró hacia el liberalismo. Pero cuestiones personales influyeron y el divorcio entre los dos referentes fue total desde los 70 hasta la muerte del colombiano. Ninguno de ellos volvió a hablar del tema y todo se perdió en la leyenda, en las versiones o en lo que podían revelar algunos terceros. Muy poco.

Jorge Mario Pedro Vargas Llosa nació el 28 de marzo de 1936 en Arequipa, Perú. Sus padres -Ernesto Vargas y Dora Llosa Ureta- ya estaban separados, por lo que Mario recién conoció a su padre a los diez años.

Ernesto Vargas venía de una familia humilde, fue aprendiz de zapatero y luego aprendió radiotelegrafía. Luego fue segundo operador en la marina mercante argentino, por lo que estuvo alejado cinco años del hogar. "De algún modo y por alguna complicada razón, la familia de mi madre llegó a representar para él lo que nunca tuvo o lo que la suya perdió: la estabilidad de un hogar burgués, el firme tramado de relaciones con otras familias semejantes, el referente de una tradición y un cierto distintivo social. Como consecuencia, concibió hacia los Llosa una animadversión que emergía con cualquier pretexto y se volcaba en improperios contra ellos en sus ataques de rabia". Así escribió Vargas Llosa sobre aquella relación, pintando a su padre como un típico exponente de la violencia doméstica.

La infancia de Mario Vargas Losa transcurrió entre Bolivia, junto a su madre y la familia de esta, y Perú (estudió en los colegios La Salle de Cochabamba y Lima). La decisión de retornar finalmente a Lima fue del padre, al volver con su mujer. Al mismo tiempo -mientras las lecturas de clásicos de Alejandro Dumas o Víctor Hugo construían la base del futuro escritor-, Perú vivía un sofocante clima político por la dictadura de Manuel Odría en 1948. Y allí estarían la inspiración de una de sus más celebradas novelas, “Conversación en La Catedral”, publicada en 1969.

Ya de adolescente, Vargas Llosa demostró su vocación de escritor: su primera obra de teatro (La huida del Inca, estrenada en Lima) se remonta a 1952, mientras que colaboraba como cronista en los diarios La Crónica y La Industria. Por voluntad de su padre ingresó a los 14 años al Colegio Militar Leoncio Prado, lo cual marcaría el fundamento de su novela de lanzamiento, “La ciudad y los perros”, que ganó el Premio Biblioteca Breve, de Barcelona. Vargas Llosa sólo curso el 3° y 4° años de la secundaria pero fue la rígida disciplina militar la que lo motivó para volcarse hacia su sueño: convertirse en escritor. El quinto año lo cumplió en el colegio San Miguel, en Piura, la ciudad a la que se había trasladado para vivir junto a la familia de su tío Luis Llosa.

Mantuvo esa ambición literaria cuando ingresó a la Universidad Nacional de San Marcos para estudiar Letras y Derecho, mientras editaba revistas y mantenía sus colaboraciones periodísticas. Esa también fue la primera etapa de su militancia política, con un breve paso por una formación denominada Cahuide -una pantalla del comunismo ortodoxo- para ingresar luego en la democracia cristiana.

Aquella vocación literaria no era compartida por su padre y desde los 18 años Mario Vargas Llosa decidió tomar su propio rumbo: personal y profesional. Causó una sorpresa (¿escándalo?) en el ámbito familiar con su romance y casamiento -casi secreto- con su tía política Julia Urquidi, once años mayor y divorciada. Y tuvo que multiplicarse en distintos trabajos periodísticos -entre ellos Radio Panamericana- etapa que fue la base para otra de sus más relevantes novelas, “La tía Julia y el escribidor”.

A sus 22 años, con una beca de la Universidad Complutense de Madrid, obtuvo el doctorado en Filosofía y Letras. Y en 1959 se trasladó a París, un paso decisivo en su vida, en todo sentido, personal y del rumbo literario que comenzaba a perfilar.

“Conté varias veces que, cuando llegué a Francia, a finales de los cincuenta, yo era un hombre de izquierda y mi biblia era Le Monde, pero muy en secreto y casi avergonzado compraba Le Figaro una vez a la semana para leer la columna de Raymond Aron, que era la bestia parda de la izquierda”, señaló. El periodismo era su fuente de ingresos, ya que colaboraba en la agencia AFP y en la Radio Televisión Francesa, que le sirvió de acercamiento hacia grandes figuras de la literatura latinoamericana de aquel momento. El matrimonio con Julia se quebró en París y un año más tarde Vargas Llosa volvió a casarse, esta vez con su prima, Patricia Llosa: sería el matrimonio de su vida, permaneció inalterable (salvo aquella mencionada impasse con Preysler en los últimos tiempos).

A principios de los 60, Vargas Llosa mantenía un pensamiento político cercano a la izquierda, con la poderosa influencia de la Revolución Cubana sobre todo el arco cultural y social de su tiempo. Vargas Llosa, por ejemplo, integró el consejo de redacción de la influyente Casa de las Américas y formó parte del jurado que otorgaba sus premios, y recién en 1971 quebró definitivamente con el castrismo: junto a otros intelectuales, en desacuerdo con la vertiente ortodoxa que le imprimieron los Castro a la revolución.

Las primeras novelas de Vargas Llosa lo colocaron como el más joven entre los referentes de la literatura latinoamericana que disfrutaba el “boom” con nombres como Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar… Y aún en esa condición, Cortázar también trabajó como traductor para la Unesco en Grecia y durante los 70 su vida familiar transcurrió en Europa, alternando París, Londres y Barcelona.

Después de la publicación de "La Casa Verde", en 1966, Carmen Balcells se convirtió en su agente literario: otra relación fundamental en su vida. Fue quien lo impulsó a convertirse en escritor a tiempo completo.

La publicación de “La orgía perpetua, Flaubert y Madame Bovary” en 1975 también puede considerarse un hito en la trayectoria de Vargas Llosa. Fue, indudablemente, uno de los puntos más altos entre sus ensayos, revalorizando a uno de sus autores más admirados. Ya había publicado otro ensayo sobre García Márquez, cuatro años antes, pero luego intensificaría su producción en el género abarcando tanto la literatura (Arguedas, Víctor Hugo, Camus y Onetti, entre otros autores) como el arte (Fernando Botero, George Grosz...).

En 1987, cuando el presidente peruano Alan García optó por profundizar la línea nacionalista y populista de su gobierno, especialmente por el intento de estatización de la banca, Vargas Llosa emergió como líder opositor.

Promovió marchas de protesta y su movimiento Libertad, que tres años después se convirtió en el Frente Democrático que disputó las elecciones con el escritor como candidato presidencial. Perdió en segunda vuelta con un outsider, un casi desconocido hasta meses antes, Alberto Fujimori. Este, en el poder, adoptó algunas de las líneas liberales de Vargas Llosa pero en el plano político tuvo una deriva autoritaria, con su autogolpe del 92, la violación de los derechos humanos y denuncias por corrupción. “El pez en el agua”, libro de memorias que Vargas Llosa publicó en 1993, describe aquella etapa de la carrera presidencial.

Sobre esta obra, Juan Cruz señaló: “Es un libro capital en su bibliografía en el que está la sustancia de lo que dice el jurado que le concede el Nobel: el Vargas Llosa que mira al poder desde dentro o desde sus orillas, y el que sigue maravillado y aterrado ante algunos de los elementos más sobresalientes de su niñez y de su juventud”.

Ya no abandonaría sus postulados políticos, pero retornó a la novela y así su producción siguiente fue incesante: Los cuadernos de Don Rigoberto (1997), la Fiesta del Chivo (2000), El paraíso en la otra esquina (2003) y Travesura de la niña mala (2006) fueron los títulos siguientes, aunque alcanzó una mayor estatura con El sueño del celta (2010).

Crónicas periodísticas, incursiones en la dramaturgia –inclusive su debut actoral junto a Aitana Sánchez-Gijón-, militancia política y actividad académica marcaron sus últimas décadas. Sin pausa. Y los nuevos honores como el ingreso a la Academia de Francia. Hasta que sorprendió a la “prensa del corazón” al dejar sorpresivamente a su mujer Patricia para iniciar una relación con Isabel Preysler, para finalmente retornar a su hogar madrileño.

No esquivaba nunca aquel compromiso político, estuviera donde estuviera. Por ejemplo en Buenos Aires, donde tuvo que soportar el boicot kirchnerista a sus disertaciones. O en España, donde residía y salió a enfrentar el movimiento independentista de Cataluña: “El referéndum es un disparate y un anacronismo… y se necesita mucho más que una conjura golpista para destruir lo que han construido quinientos años de historia”, señaló en la Estació de Franca, al encabezar una marcha por la unidad de España en Barcelona.

La publicación, en 2023, de la ficción “Le dedico mi silencio”, marcó su despedida de la novela. Así lo anunció. Y también se despedía del periodismo como una actividad cotidiana. Y citó los grandes cambios: “Los mayores son tecnológicos. La composición con tipos móviles y las imprentitas en las que se hacían los periódicos eran prehistóricas en comparación con el presente. Y por supuesto, no existían los medios digitales ni las redes sociales, que han revolucionado la manera de informar y de opinar. Esto nos ha dado mayor comunicación y libertad, pero también ha diluido la frontera entre la mentira y la verdad, y ha dado cabida a una industria de fakenews que es espeluznante. La manipulación es más fácil. Para un joven es más difícil en esa jungla orientarse bien. Y aunque siempre ha habido información sesgada, o, mejor dicho, información que es opinión disfrazada, hoy hay mucha más”, dijo en una entrevista con el diario El País, para el cual había escrito sus columnas durante 33 años.

Siempre evocaba con gratitud aquellos años de cronista, y personajes emblemáticos como el Zavalita de “La Catedral” lo reflejaban: “Siempre me parecieron interesantes como personajes porque están sumergidos en el barro humano, porque viven, sobre todo el reportero de la calle, la aventura de la vida a diario. Y me ha tocado conocer personajes fascinantes en mis épocas de juventud, en los periódicos. Me permitieron conocer los bajos fondos de la ciudad de un modo muy cercano. También en la radio, donde trabajé de joven, conocí personajes con una dosis de locura que daba a su trabajo algo muy atractivo”.

Novelista y ensayista, periodista de raza, político, en sus amplitud y diversificación y en la soltura de sus textos, pareció abarcar todas las historias, todas las geografías. El Perú más profundo estuvo entre aquellos, pero también nos llevó a los confines de Oriente, o a la Amazonia brasileña, al Caribe o al París de las barricadas y el “swinging London” de los 60. Abordaba con igual fascinación las voces de los pensadores más profundos como la satisfacción del sexo, era celoso de las tradiciones y no le esquivaba a las corrientes modernas, que siempre estaban a su lado. Definido como “liberal” en lo político de sus últimas décadas, la violencia estaba presente en muchas de sus obras. Y la aborrecía.

Harold Boom, prestigioso como crítico literario y profesor en Yale, señalaba que “la violencia me resulta inquietante, pero me parece que es esencial en Varas Llosa. Sin ella, su obra se debilitaría”. Una violencia que aparecen en Historia de Mayta, la guerra del fin del mundo, La fiesta del chivo, ¿Quién mató a Palomino Molero?, y otras obras del peruano. "La violencia es una parte fundamental de la vida en sociedad. Las novelas de Mario Vargas Llosa, como casi toda la buena literatura, nos dan claves para entender la violencia, que en la experiencia es algo irracional y presentan un análisis de la historia que nos permite ver cómo surge la violencia y qué efectos tiene sobre los individuos y sobre la sociedad", explicó otro de sus comentaristas.

Fuente: Clarin