El Eternauta se estrenó esta semana en Netflix. Un análisis sobre la serie que finalmente llegó a la pantalla de todo el mundo
La voz de Santiago Barrionuevo, el vocalista y líder de la banda Él Mató a un Policía Motorizado, decora el final del segundo episodio de El Eternauta. Dice así: “En este mundo peligroso, tenemos que estar juntos”. La canción se llama El Magnetismo y acompaña a la nieve blanquísima que cubrió toda la Ciudad de Buenos Aires durante las últimas horas catastróficas. Entre todos los porteños desesperados por huir y encontrar respuesta en este caos apocalíptico, Juan Salvo, el protagonista interpretado por Ricardo Darin, se enfrenta a una verdad que viene a irrumpir en estos tiempos gobernados por el egoísmo y la individualidad: nadie se salva solo.
La adaptación de la novela de Héctor Germán Oesterheld significó una verdadera Odisea dentro de la industria audiovisual argentina que se disputó entre varios realizadores a lo largo de los años. Hubo un largo trecho que parecía interminable hasta que lo terminó resolviendo Netflix. Cineastas como Pino Solanas, Adolfo Aristarain y Gustavo Mosquera tuvieron la ambición de llevar El Eternauta a la televisión y al cine. Incluso hasta la salteña Lucrecia Martel comenzó el proyecto en 2008, y a pesar de tener el guión ya encaminado, la producción -que le trajo muchas frustraciones- nunca pudo concretarse.
Distintos conflictos con la familia Oesterheld y demás incógnitas alrededor de cómo representar a la idiosincrasia porteña -al igual que lo hizo su creador en los cuadritos- siempre fueron los puntos que desembocaban en discusiones que nunca llevaban a un buen puerto. Es que es difícil representar de manera genuina algo tan de los argentinos que logró trascender generaciones, pasó de boca en boca y llegó hasta las escuelas de todo el país.
Aristarain, el creador de películas que han logrado emocionarnos como Tiempo de Revancha, Roma y Un lugar en el mundo, se refirió con preocupación en el pasado a una posible adaptación de la historia. Para él, que los capitales extranjeros decidieran tomar la historia de Oesterheld era sinónimo de error. “La base de El Eternauta es que es muy porteña”, aseguró.
Siguieron pasando los años y la historia de Juan Salvo cada vez parecía ser una idea que no pensaba salir de las viñetas para tener vida propia. Los acuerdos se caían, las ideas no llegaban a ningún lado y nadie podía conseguir que la historieta de culto pudiera tener una versión en el cine o la televisión que le hiciera justicia al legado de H.G. Oesterheld. Nadie pudo, hasta Bruno Stagnaro, que vino a demostrar ser el elegido para adaptar la historia de El Eternauta a una Buenos Aires actual sin perder la esencia de la historieta que plantea al héroe colectivo en una Argentina apocalíptica.
No es la primera vez que el cineasta retrata a una argentinidad en periodos de crisis. Después de dirigir producciones de culto como la serie Okupas y la película Pizza, Birra, Faso, Stagnaro se convirtió en uno de los exponentes del Nuevo Cine Argentino y en un profesional en representar a la idiosincrasia porteña y su respuesta frente las injusticias políticas y sociales.
A más de 20 años de esos hitos, no es casual que su fórmula de trabajo haya vuelto a funcionar y dado como resultado un formato con un calibre nunca antes visto en la industria audiovisual argentina, que ya invadió las casas de todo el mundo y que promete funcionar de ahora en más como una bisagra en las producciones televisivas y cinematográficas nacionales.
En El Eternauta, la humanidad ha sido invadida por una nieve tóxica que es altamente mortal, aunque esto es solo la semilla que germinará y dará comienzo a un apocalipsis en medio de la Ciudad de Buenos Aires. También hay cascarudos gigantes, iglesias prendiéndose fuego y un invierno que llegó para arrasar el verano que pondrán a prueba la supervivencia de los porteños, su solidaridad en una sociedad que empuja a todos hacia el individualismo y la capacidad de poder cuidar a quien tenemos al lado, ya sea un ser querido o no.
Después de haberse puesto en la piel de Julio César Strassera en Argentina, 1985, Ricardo Darín se convirtió en Juan Salvo, un papel para el que parece haber estado listo durante toda su carrera y que resuelve a la perfección. Si bien las diferencias con el personaje de la historieta varían en su edad -en las viñetas se acerca más a un hombre entre los 30 y los 40 años-, ambos terminan siendo el símbolo de una resistencia que jamás pidieron ser, pero para la que son conscientes que no les queda otra opción que aceptar.
En la serie de El Eternauta, Juan volverá sobre sus pasos y lo invadirán los flashbacks que delatan su pasado y que repercutirán en la persona que es hoy. Actuará cautelosamente como si fuese un samurai y se encontrará envuelto en tiroteos como si fuera un vaquero de Hollywood de los ’50. Sin embargo intentará no perder la esencia del hombre común, alejándose lo más posible del héroe como lo conocemos y siendo lo suficientemente real para permitirse ayudar a los otros, pero también dejarse ayudar.
La serie de Netflix cumple con lo que promete: un retrato puramente argentino que impacta hasta en los detalles, pasando por las formaciones de los Trenes Argentinos hasta un partido de truco entre amigos un viernes por la noche que logran que el argentino sí se sienta representado. La actuación impecable de Ricardo Darín, el diseño de producción que sobresale en las locaciones que transcurre la película y el imponente CGI con el que se realizó los efectos especiales resultan en que, después de mucho tiempo, el mundo conozca esta historia sobre cómo el argentino siempre elige resistir en tiempos de crisis.
Fuente: BAE